viernes, 8 de febrero de 2013

Corrupción y legitimidad del poder


Existe un axioma fundamental que nos dice que el poder, para poder establecerse y mantenerse, necesita apuntalar su legitimación en las mentes de los ciudadanos. El orden dominante evocará para este fin a la seguridad o a la divinidad, al miedo o a la democracia, o  cualquier otro valor que convenza a las masas. Pero eso no es todo; siempre se puede  contar,  además, con  la utilización de un aparato represor que, como bien sabéis, está  “reservado” en régimen de monopolio a la institución pública desde la creación del  Estado moderno. Pero la represión en sí no es suficiente. 

Convencer o engañar, según se mire, es clave para que el poder se mantenga. Esta legitimidad o control “mental”, como establece el sociólogo Manuel Castells , se produce mediante la creación de redes que “programan” a la ciudadanía para obedecer el orden establecido. En este panorama, el papel de los  medios de comunicación de masas es crucial.  Ya lo estableció en su día Noam Chomsky .

Las democracias modernas usan  la “propaganda” para convencer, en contraposición a la prohibición represiva y violenta de las dictaduras.
Siguiendo la argumentación expuesta por Castells en su gran análisis sobre el poder,  es éste último  el que establece la economía, la cultura o el tipo de estado que tenemos. Enfrente de tal poder, como no puede ser de otra manera, existe un contrapoder, que también funciona en red, pero que no controla determinados “instrumentos” como son las finanzas o las instituciones públicas. Este contrapoder estaría encaminado a “reprogramar” las mentes, lo que en ocasiones se ha llamado “concienciar” o “movilizar” a la población para cambiar el orden.

En España es evidente que la situación es crítica, tanto por la crisis económica como por los continuos casos de corrupción.  Podemos citar  los recientemente destapados por la prensa y aquél en el que supuestamente estaría involucrada toda la cúpula gobernante del PP, partido en el poder, en un caso de financiación ilegal y pago de dinero negro a sus miembros.   

Este caso es una gota más en la inagotable fuente de corrupción y mala imagen de muchos políticos españoles, lo que hace que la legitimidad del sistema se vea fuertemente resentida. En este sentido, con seis millones de desempleados, recortes en servicios sociales  y destinando dinero público a rescatar los vaivenes de la banca, la población empieza a considerar a los políticos como el gran problema. En esto, el poder utiliza sus armas de propaganda y apela al sentido del sacrificio y a que pronto saldremos de ésta o, directamente, como ya establecí en otro artículo, se refugian en el “tú más”.    Cuando todo esto falla,  se empieza a usar el miedo.

Mientras tanto, los medios de comunicación sacan las noticias de corrupción como si de una guerra de trincheras se tratara, tal como muy bien analizó el politólogo Lluis Orriols en este artículo:  .  La propaganda ya no es del poder en sí, sino de las propias barricadas del bipartidismo, encaminadas -como no podía ser de otra manera- a su continua deslegitimación.

En otro artículo escrito por Carlos Elordi  se establece que quizás vayamos a esa situación vivida en Italia no hace tantos años. Yo lo que tengo que decir al respecto es que, tras eso, ganó Berlusconi y que aquí, en España, mientras se criticaba la corrupción, ganaba el partido GIL en la Costa del Sol. La legitimidad del sistema cae por momentos, pero lo que ocurre es que ciertas prácticas lamentables de hacer política pueden cristalizarse y darle el poder a cualquier iluminado.

¿Qué necesitamos en España para salir de esta situación tan crítica? Está claro que lo mejor es reivindicar la política como toma de decisiones, la transparencia como obligación y el replanteamiento de nuestra democracia con el objetivo de mejorarla. Pero en este proceso de “cambio de poder” tenemos que preguntarnos cuál es el contrapoder.

Os lo pregunto a vosotros: ¿qué contrapoder tenemos?  

1 comentario:

  1. Tengo muy claro que ese contrapoder nunca residirá en el pueblo, por mu cho que, por parte de las izquierdas, nos hagan creer.

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