lunes, 19 de agosto de 2013

Vuelven los agoreros: la tecnoadicción



Hace años, cuando empecé a jugar a los videojuegos, recuerdo que había innumerables expertos que salían en televisión alertando de los peligros de esta forma genial de entretenimiento. Poco más o menos que nos íbamos a volver locos. Antes de los videojuegos -y todavía se hace- se hablaba de los peligros de la televisión, del teléfono, de determinada música o, posteriormente,  de los juegos de rol. 

En un mundo de incertidumbre y con cambios constantes y tan radicales como el actual, se busca sin descanso nuevas enfermedades, nuevos enemigos y nuevas adicciones.
Internet no se podía salvar de los agoreros, aquellos moralistas inamovibles a los que todo, menos lo que ellos piensan o hacen, les parece mal. Parece que utilizar mucho Internet es malo, o dependerdel móvil también. Es increíble que todavía  estemos más pendientes de descubrir problemas en vez de soluciones.  Pasa con todo lo nuevo. Internet no sólo es herramienta de trabajo, sino canal de entretenimiento y de contacto con familiares y amigos; no es algo etéreo que busca consumirnos el cerebro. A quien no le guste que no se conecte, como en las redes sociales. Nadie obliga a nadie a usar el móvil, pero si un invento me hace las cosas más fáciles, lo pienso usar. Quien prefiera llamar desde una cabina o buscar información en una enciclopedia de papel en vez de la inmediatez de la red, es su tiempo. O quienes prefiera aislarse de toda información y avance tecnológico, me parece muy bien, allá ellos.

La tecnofobia es normal en mucha gente: no nos gusta innovar y,  además, no nos gusta salir de nuestra zona de confort. También es cierto que el mercado tecnológico impone  que cambies de dispositivos con alta frecuencia, haciendo que gastes más dinero; no digo nada nuevo, la sociedad de consumo funciona de esta forma. Pero eso es una cosa, y otra es cuestionar las nuevas tecnologías y señalarlas como invento del diablo. Evidentemente todo tiene sus pros y sus contras, pero es que la vida es así. No podemos simplificar la sociedad en áreas maniqueas en las que o algo es sólo bueno o algo es sólo malo. ¿Dónde dejamos los matices y los tonos grises?

Una sociedad conectada a una amplia red de conocimiento, que interactúe y que pueda generar su propios “medios de comunicación”, se convierte en un espacio en el  que las tradicionales fuentes de conocimiento – esto es la ideología, la religión o los medios de comunicación de masas clásicos- no pueden engañar tan fácilmente. Comunidades autoorganizadas en la red, que comparten conocimiento e información, se vuelven más rebeldes, aunque sean una minoría. Así como hace siglos se condenaban determinados libros por entorpecer la moral del ser humano, los sectores inmovilistas de una sociedad se inventan enfermedades, o buscan algún dato científico cierto pero muy poco representativo, para echar por tierra cualquier aspecto que no les convenza. Da igual que sean de izquierda o de derecha. Esto no implica que la mayoría de la gente que se conecta utilice Internet  o para trabajar, o para colgar fotos de humorísticas en las redes. Pero, como en una plaza pública, en Internet se ve de tofo.

Si os fijáis bien, se puede apelar a la enfermedad provocada por la tecnología, o por el contrario, a que es un aspecto de dominación social del poder. Se puede decir que Internet conecta a multitud de depravados, o que dificulta la reflexión serena de innumerables revolucionarios; se puede decir que el móvil dificulta las relaciones sociales o que es sólo un gran negocio de empresas sin escrúpulos. Una vez más me acuerdo del filósofo Antonio Escohotado cuando dijo que no debemos confundir los sombríos ánimos internos con el exterior.
 La tecnología ni es mala ni buena, depende del uso que se haga de ella. Pero esto implica asumir la responsabilidad individual de las propias decisiones y, como sabéis,  esto es difícil. Preferimos culpar a los demás de nuestros problemas. Ahora le toca a la tecnología.

 Fuente de la imagen: Wikipedia

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